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Por JAIME MEJIA DUQUE

Colombia al término del milenio

De la inmadurez ciudadana y anarquía social, de la corruptela en Colombia, la acumulación de riqueza y otras violaciones, de la torpeza guerrillera y estatal.

Colombia es un estado social de derecho (...) respeto a la dignidad humana (...) prevalencia del interés general.  (Constitución política, Titulo I, Artículo primero); Abril 2, 1995.

Este artículo se publicó en el espectador entre el 1983 y 1999. Ahora lo retomamos en el marco de la exposición el Magazín que fue realizada en alianza entre Comfama y Confiar y Universo Centro.

Colombia al término del milenio
Colombia al término del milenio

I

A lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX los colombianos, como un todo, hemos tenido la clase política y el tipo de Estado que hemos consentido, por acción, o por omisión. Sobre todo, una clase política que resalta entre las más irresponsables y corruptas en el llamado "Tercer Mundo".

De otro lado, las enormes carencias y distorsiones de la personalidad del ciudadano colombiano medio -identificable en todas y cada una de las clases sociales existentes-, son a la vez efecto y causa, en un proceso único y unívoco, de la anarquía nacional (el ciudadano las padece y a la vez las perpetúa).

Si nos quedásemos en la sola afirmación de que todo ello se debe "al sistema", demasiado poco habríamos expresado. Pues los hombres que deciden día tras día las políticas, los programas y los procedimientos de manejo en el marco de un "sistema" (liberal, corporativo, colectivista) son quienes aportan o restan al mismo, dentro de ciertos márgenes de libertad, mayores o menores índices de eficiencia y justificación desde el punto de vista del bienestar comunitario. En efecto, necesariamente hay que presuponer que los gestores lo son por delegación de la respectiva colectividad.

En consecuencia, hay siempre una responsabilidad humana y hay sujetos concretos que la ejercen. Obviamente, estos individuos están organizados a su vez en colectivos políticos, empresariales, etc. No por esto las responsabilidades dejan de existir: tales colectivos son perfectamente ubicables en la estructura total de la nación.

Tampoco es que nuestra masa ciudadana parezca preocuparse positivamente por su orfandad. Es presa, qué duda cabe, de ese fatalismo que acabó derivando de su impotencia frente a la persistente y omnipresente impunidad. Es así como a la postre el país se ha convertido en un vasto y desordenado campamento en donde todo se improvisa y se invalida a sí mismo, y en donde nada se logra a cabalidad ni oportunamente; nada al derecho ni con la honradez indispensable.

De tal manera el siglo XXI sorprende a los colombianos malviviendo en el mayor desorden y con un nebuloso anhelo (todavía sólo subjetivo en quienes lo abrigan) de un futuro país democrático, responsable y seguro. En Colombia no se juega limpio, prácticamente en nada. Por esto, un verdadero "Estado de derecho" sería algo bien distinto de la Colombia actual. La arbitrariedad y el crimen proliferan dentro del Estado lo mismo que a todo lo ancho y lo hondo de la sociedad civil. Las situaciones y los procedimientos de hecho predominan ampliamente sobre los que por excepción se acomodan a pautas universales de derecho.

En semejante clima ético y social los principios de soberanía, justicia y decoro nacional, no son más que relativos. A tal punto han llegado aquí las cosas, que en este panorama tan humillante el narcotráfico y la exguerrilla apenas son dos de los varios indicadores que hay que considerar para el diagnóstico general sobre el país. Alguna voz farisaica podrá clamar, algún oficiante de cierto dudoso patriotismo se rasgará su toga; pero los hechos son tozudos, y el mundo los conoce.

Por supuesto, no carecemos de una Constitución teóricamente viable: su texto ha plasmado excelentes intenciones, oportunamente concebidas. También hay un sistema judicial, y algunas otras cosas formalmente indispensables. Hasta congreso con dos cámaras tenemos... Pero la gente desinteresada y sensata se pregunta si bajo el manto espectacular de tantas “instituciones” sobrevive realmente aquí la dignidad humana sin sentir a cada instante el temor de verse atropellada. Y no se intente disimular el hecho de que muy recientemente, en un simposio internacional de expertos. Colombia fue proclamada líder mundial en la violación de los Derechos Humanos (febrero de 1995). Se trata ahí de un aserto estadísticamente respaldado. Sin duda, los agentes del Estado no son ni podrían ser los únicos inculpados, lo cual es todavía más grave, puesto que ello quiere decir que la barbarie se ha hecho norma.

II

Además se ha creado un verbalismo triunfalista, cuya lógica tendenciosa dominan los burócratas. Casi no hay cuestionamiento o duda, por graves que sean, a los que ellos no puedan escamotear y en apariencia “absolver” dentro de los estereotipos de su discurso encubridor. Por ende, se ha erigido toda una superestructura retórica, durante décadas consecutivas: retórica de distracción y encubrimiento, cuyo modelo, cada vez más complejo y envolvente, fue inventado igualmente por la clase política.

A la sombra de ese lenguaje de prestidigitación siguen medrando y acumulando riqueza las mafias políticas y burocráticas, insaciables vampiros que hacen su agosto en el tesoro público y en los tres niveles: nacional, departamental y municipal. A este respecto, el cinismo ha hecho su escuela, de tal manera que no pocos de los recién llegados a los puestos y las curules ingresan sin transición ni trámite en el aprendizaje y la irradiación de la gran corruptela. De ahí el que se haya hecho tan difícil, y aun tan peligroso, rastrear la verdad de cualquier situación específica de fraude, cohecho, peculado, y demás delitos relacionados con la sustracción particular de fondos públicos.

Sin embargo las soluciones, y en primer lugar el cambio de estructuras y la revisión de los viejos esquemas de manejo, no llegarán en forma alguna por el camino de la insurrección armada (cuyos militantes también se han corrompido hasta la médula). La reciente provocación de tales insurrectos sin brújula sobre territorio de nuestros vecinos, acción encaminada sin duda a desestabilizar las relaciones colombo-venezolanas, no es sino uno de los resultados más típicos de su descomposición y su obnubilación sin retorno. Ahí está el mismo pueblo colombiano, los campesinos de frontera, sufriendo la irritada respuesta de las autoridades de Venezuela.

Pero en últimas la ex guerrilla se nutre de la podredumbre multiforme del país. Un envilecimiento que, por lo demás, ellos no iniciaron; pero que finalmente fue ofuscándoles el horizonte, hasta cuando el hundimiento planetario del "socialismo real" (burocrático y corrupto a su turno, por el abandono de la moral leninista, en una época en que el rumbo general de la Historia pareció propicio a la Utopía); hasta cuando ese derrumbe alteró por completo el contexto. Esta nueva circunstancia, plenamente objetiva, convirtió en arcaísmo siniestro a lo que fue guerrilla.

De ahí que ellos no serán ya quienes construyan la nueva sociedad (su retórica libertaria hoy no es más que un sarcasmo). Que no impunemente cayeron en esa irracionalidad de matones que desde hace años ha ido harto más allá de la barbarie fascista.

III

Si enfocamos otras vertientes de nuestra realidad, descubriremos que crece aún más el abismo ya creado entre las tecnologías "de punta" (implantadas en las comunicaciones, en la cúpula de la industria y las finanzas, y en algunos sectores oficiales), y la inmadurez cívica de nuestras gentes, inclusive de gran parte de quienes operan esos instrumentos de racionalización y control.

Un proceso de toma de conciencia que -pese a todo- tal vez se ha iniciado entre nosotros, estaría eventualmente reaccionando poco a poco, tímidamente y en condiciones desiguales, contra tan deplorable estado general. Quizá las próximas generaciones, estimuladas y presionadas por ciertos cambios acumulativos sobrevenidos en un mundo más integrado que el actual, retomen en la práctica aquellos valores básicos de toda posible convivencia civilizada: el sentido de la dignidad individual y colectiva, la transparencia en el ejercicio de las obligaciones contraídas con la comunidad, y lo demás que de ahí se desprende.

Como fuere, hay que tener en cuenta el hecho de que tampoco será posible modificar los comportamientos bajo las atosigantes condiciones de existencia emanadas del capitalismo salvaje de nuestro tiempo. Tarde o temprano este modelo de sociedad competitiva a ultranza, que antagoniza igualmente lo privado y lo público, lo nacional y lo universal, habrá de ser sobrepasado. Y, por supuesto, tendremos que curarnos radicalmente de la esquizofrenia cultural introducida y desarrollada por el cristianismo. Quiérase o no, por otras vías, aún inéditas, habrá que recobrar la utopía de la gran sociedad solidaria. En el siglo que ahora expira se ensayaron en escala colosal los métodos violentos para propiciar el soñado viraje, el Timonazo de la Historia, y surgieron los gobiernos unipartidistas y totalitarios e inapelables; pero tales experimentos no probaron su presunta infalibilidad. Su violencia no mejoró al mundo. Y la dictadura -no importa en nombre de qué, ni con quiénes se hacía- tampoco trajo la felicidad a los pueblos. Sigue abierta, no sabemos hasta cuándo, la búsqueda de la solución más idónea y progresiva. La cual únicamente llegará de la inmanencia evolutiva de la Historia. Ningún "Deus ex-machina” nos dará su mano.