*Fotografía del archivo fotográfico de la Biblioteca Pública Piloto.
Hay una particularidad en aquellos instantes en los que ocurre algo por primera vez. Enfrentarse a lo desconocido, descubrir el velo, experimentar nuevas sensaciones y sentir emociones que antes no existían. La primera vez que algo pasa, siempre tiene un toque de magia, derive o no en memorias inolvidables. Así, la conexión con la madre, el uniforme nuevo del primer día de colegio, el recuerdo de ese amor primero o el mar visto a lo lejos inmenso y sublime por primera vez… es indescriptible.
Así mismo, en el Centro de Medellín, encerrado entre calles históricas desde siempre, hay un edificio cuyas paredes cuentan encuentros de muchas primeras veces. La ciudad no imagina que esos muros de grisáceo aspecto, transformaron por mucho la vida en este territorio y sus relaciones con el mundo. Doscientos diecinueve años son incontables primeras veces, y como Estefanía de 19 años, cuando llegó con sus ojitos nuevos, maravillados y asustados, a hacer sus prácticas laborales al lugar de trabajo de su padre en el 2021, este lugar ha visto sorprender y se ha visto sorprendido incontables veces.
Estamos dentro del Centro Cultural Claustro Comfama, respirando su piel y contando esta historia de lo que ha ocurrido por primera vez entre estos patios amplios y con un torreón como paisaje, mientras se va revistiendo, otra vez, con nuevos relatos para la ciudad. De esta forma, más allá de una historia trazada por fechas, queremos dar cuenta de esos “primeros del Claustro”, porque no son pocos y porque comprender su transcendencia, nos permite vivir este edificio con un aire diferente.
Primer gran proyecto educativo de la ciudad
Corría la última década del siglo XVIII en la Villa de Medellín, que con 14.168 habitantes, 360 casas de teja, veinte de paja y cinco iglesias, requería un lugar para formar a sus pobladores y a nuevos religiosos considerados necesarios para atender los requerimientos espirituales de la época. En ese contexto, en el año 1803 se puso la primera piedra del primer gran proyecto educativo para la ciudad, encomendado a la comunidad Franciscana por el rey Carlos IV y liderado por el Fray Rafael de la Serna.
Más allá de las historias de estudiantes jugando, riendo, cantando, hablando por los pasillos, que serían fascinantes de narrar, la visión de construir un espacio para la educación en la Villa, debe ser entendida como un proceso de transformación en las formas de vivir y de construir sociedad. La educación permite entender el mundo desde múltiples perspectivas posibles e intercambiar los lentes por medio de los cuales se leen las realidades, y que sin duda, otorgaron nuevas maneras de vivir en la Villa. De igual forma, el intercambio cultural y el modelo de educación extranjero, permitió tejer puentes entre ambos continentes y conocer el mundo a partir de historias, experiencias y vivencias.

*Fotografía del archivo fotográfico de la Biblioteca Pública Piloto.
Estreno de la primera obra de teatro
Ese don que tiene el teatro de crear en un escenario mundos fantásticos e imaginados, de poner los corazones contentos o aporrearlos con hondas reflexiones y pasiones, llegó por primera vez a Medellín el 22 de septiembre de 1823, para celebrar la apertura pública del Colegio Antioquia. Con el patio salón como escenario, los festivos estudiantes presentaron la comedia El Triunfo de la Inocencia que, posteriormente, animó a un grupo de aficionados al teatro a instalar el primer escenario de teatro en la ciudad:
“(…) se propusieron dar á esta incipiente sociedad algunos ratos de solaz, fundando una Compañía dramática que la sacara del marasmo en que vivía. Corría el año de 1831 y dieron principios los aficionados á su empresa”. (Gonima, Eladio. Historia del Teatro de Medellín y sus vejeces. Tipografía de San Antonio. 1909. Pág. 2 y 3).
De acá deviene la vocación cultural del Claustro y del Distrito San Ignacio en el cual está inmerso, conversando con diferentes formas de arte y fortaleciéndose como un gran escenario territorial, que con la magia del teatro pinta de colores la vida en la ciudad.
Primer lugar para la ciencia
Primer laboratorio de observación meteorológica, primera máquina de rayos X y primer equipo de generación de energía.
Con la educación y su ciencia, en un mundo revolucionado por la modernidad, a nuestro Claustro llega en el año 1837 de la mano del profesor francés Luciano Brugnelly la química, la física y la meteorología, enseres de laboratorio y las primeras prácticas de observación meteorológicas de la ciudad. Así mismo, los expertos de la época armaron y probaron entre los muros del Claustro la primera máquina de rayos X y el primer equipo de generación de energía, que posteriormente se instaló en el barrio La Toma.
Primera sede del Colegio San Ignacio, la Congregación Mariana y el CESDE
Los estudiantes siempre han brincado por estos corredores, inventando sociedades y soñando futuros, llenando las paredes con sus secretos y sus historias. Así por casi un siglo, el Claustro fue la primera casa del Colegio San Ignacio (1885), que con 200 estudiantes inició la labor formativa de muchos de los dirigentes de esta ciudad. Allí mismo, pasados algunos años, un grupo de jóvenes exalumnos decidieron realizar servicios apostólicos con obras sociales y crearon, dentro del Claustro, la Congregación Mariana (1937). Finalmente, en julio de 1972 y con el Colegio en otra sede, el Claustro se revistió con nuevos rostros que le apostaron a la educación para el trabajo y el desarrollo humano con el nacimiento del CESDE.
Primeras manifestaciones de Los Panidas y los Nadaístas
Era de esperarse que en la cuna del pensamiento de esta ciudad comenzaran a gestarse ideas, movimientos y sujetos re-evolucionarios. Así, en 1911 fue expulsado Fernando González del Colegio por realizar lecturas prohibidas en temas de filosofía y no acatar los rituales religiosos; en 1913 el movimiento literario y artístico de Los Panidas liderados por León de Greiff, armaron una revuelta afuera del Claustro en una pelea entre liberales y conservadores; y en 1958 los Nadaístas quemaron sus bibliotecas personales como acto fundacional del movimiento y manifiesto de su desdén por el saber hereditario.
Así entonces, el Centro Cultural y Educativo Claustro Comfama ha sido escenario de múltiples primeras veces, que en vez de agotarlo como discurso de ciudad, lo posiciona en su historia y le promete por lo menos otros doscientos años de vida por contar. Hoy Ismael, espectador habitual de 4 años, no recuerda cuál fue su primera vez viendo una obra en el Claustro, pero desde ya, hace parte de una generación sensible, trazada por el arte y la cultura, que cada vez, quiere llegar antes a los ojos de la ciudad.