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Festival de Teatro San Ignacio

Festival de Teatro San Ignacio
Festival de Teatro San Ignacio

Una ola brava

El Festival de Teatro San Ignacio, organizado por Comfama en asocio con Proantioquia, el Grupo Argos, la Universidad de Antioquia y al cual se sumaron en apoyo muchas entidades de la zona, transcurrió entre el 25 y el 29 de septiembre de 2019 en Medellín, y provocó una sacudida teatral en el centro de la ciudad. 

Por una parte, la aceptable movilización de público que, acostumbrado a no pagar por teatro y arrullado por las caricias de la entrada libre y el aporte voluntario, despertó en buen número de su apatía consuetudinaria y se mandó la mano al dril para pagar boleta; en segundo lugar, el evento pasó como una ola brava provocando un entusiasmo inédito, pues hacía mucho tiempo no circulaban por Medellín de un solo tirón grupos nacionales e internacionales de tan alto cartel; y, por último, un festival que propició diálogos, encuentros y una gran movilización de recursos técnicos, logísticos y laborales, incluyendo la participación de grupos y sedes teatrales de la ciudad, que requieren siempre de mayores acontecimientos para una mejor conexión con el público. 

Para resaltar un fino detalle de eficacia lo constituyó el hecho de que los grupos nacionales e internacionales tuvieran como guías de recibimiento y estadía a actores de los grupos de la ciudad anfitriona, esta fue la oportunidad para entablar conocimiento y conversación entre unos y otros, la posibilidad de que los visitantes tuvieran una acogida familiar y cariñosa.  Al Teatro Matacandelas en su programación le fueron asignadas tres agrupaciones, dos nacionales y una internacional: 4 Paredes de Bogotá con su De ratones y hombres, Teatro Tierra y La maldición del rey ciego, y El Galpón de Uruguay con Bakunin Sauna

La noche del jueves 26 de septiembre, la sala del Cabaret El Cantadero estaba abarrotada de un público curioso por contemplar la versión de Manuel Orjuela, dramaturgia y dirección a partir de la novela de John Steinbeck. La escenografía semejaba un estrecho teatrino que cuando se despeja por unos sencillos acordes de guitarra, nos da la impresión de un cajón estrecho donde no van a caber los actores, pero para sorpresa sí, cabían tres, y uno de ellos, el tonto grandote que, por supuesto, en la estrechura se hace de dimensiones superiores. Un concepto del espacio teatral inteligente que además nos brinda la percepción de un espacio ambiguo que puede ser un vagón de tren, una mísera habitación tugurial, una barraca; un confinamiento que sirve de atmosfera a un no lugar por donde deambulan la amistad, la pobreza, el hacinamiento. Con una actuación impecable, los tres personajes de la obra ofrecen un tono de desamparo y soledad soportado por la ingenuidad, la amistad y la esperanza de un futuro que, naturalmente, lo sabemos por Steinbeck, solo tendrá un final de muerte.  El público ovacionó esta pieza y la siguió rememorando en los días sucesivos como unos de los montajes más destacados de la programación. 

El viernes 27 tuvimos de Teatro Tierra, grupo que está celebrando los 30 años de vida activa, La maldición del rey ciego, una puesta en escena al mejor estilo de Juan Carlos Moyano, quien se caracteriza por montar escenografías móviles a tracción actoral como parte del discurso poético que justo en esta obra se despliega a través de un grupo de mujeres en el que se diluye la masculinidad para darnos ese femenino impulsado por el poderío del verbo y los coros que renuevan la tragedia de la real familia de Edipo.  La tapa del congolo fue la presencia, por primera vez en Medellín, de la legendaria Institución Teatral El Galpón con una intensa historia de 70 años, durante los cuales ha ofrecido un inmenso repertorio de la dramaturgia latinoamericana, y también una agrupación tan sólida como capaz de resistir la persecución y despojo de la dictadura de Bordaberry y reinstalarse en México durante ocho años con toda su batería creativa.  Un suceso teatral de este calibre no podría pasar inadvertido para el coto teatral de la ciudad y, obviamente, la sala pronto agotó boletería, por lo que el Festival propuso una segunda función que también tuvo aforo completo. 

De la mano del joven dramaturgo y director Santiago Sanguinetti, pudimos contemplar en Bakunin Sauna una comedia negra hilarante, una composición escénica admirable con la experticia de actores y actrices gracias a una línea de representación que siempre va en progresión dramática, introduciendo nuevos elementos de complejidad y suspenso. El baño de sudoración en el sauna se convierte en una metáfora lúcida del caos pero, como lo señala el autor, no pretende generar claridad, sino más bien plantear una pregunta y exponer un problema.  Terminó la jornada de ese domingo, tarde, muy tarde, casi como una improvisada y muy oportuna clausura del Festival, con un cálido conversatorio entre público y elenco de El Galpón, palabras, historias, aplausos y choque de copas, para un domingo alegremente lluvioso.

Y de pronto, no se sabe cómo, fue lunes. 

Cristóbal Peláez

Director Teatro Matacandelas

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RESIDENTE Y VISITANTE

Del Festival participaron cuatro grupos de personas: Los que viven el Centro de Medellín, los que viven en él, los hacen que este viva, y los que queríamos que allí estuvieran: residentes y visitantes. Para la preparación de este encuentro, el equipo  del Claustro se vistió de Festival y a este se le sumó el equipo del proyecto San Ignacio, y los grupos de teatro de la ciudad, especialmente los del Centro, quieres se convirtieron en los Anfitriones de los grupos invitados. 21 actores y técnicos de Pantolocos, Pequeño Teatro, Oficina Central de los Sueños, Agité Teatro, Colectivo Teatral Infusión, Malas Compañías, Teatro Popular de Medellín, El Trueque, Matacandelas y La Alianza Francesa, se convirtieron en los guías y guardias de los artistas nacionales e internacionales, desde el momento en el que pisaron tierras antioqueñas. Gracias a esto, más que una compañía, se logró un intercambio de conocimiento y experiencias coherente y propicio entre los grupos de teatro locales y los internacionales, siendo el Festival ese espacio donde se dieron conversaciones interminables sobre el oficio y el arte, se intercambiaron referentes y caminos hacia las buenas prácticas y nuevas dinámicas para las artes escénicas de Medellín, como el caso de Pantolocos, quienes llevaron a los integrantes de Imperial Kikiristan a conocer su sede, Casa- Arte, ubicada en el corregimiento de Altavista.

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LA CALLE, EL ESCENARIO

Durante los días del Festival, San Ignacio fue el gran escenario. Las aulas de los majestuosos claustros de la Universidad de Antioquia y de Comfama se convirtieron en camerinos, sets de grabación, salas de prensa y bodegas de arte. La rutina se transformó, y Los Pájaros de Canadá picotearon a las vendedoras de tinto y cigarrillo de la plazuela, los músicos franceses de imperial Kikiristan esperaron a los feligreses a la salida de misa para integrarlos a su espectáculo que llegó hasta los balcones vecinos, mientras Los Transformadores Acústicos se robaron las miradas de los transeúntes con sus atuendos e instrumentos hechos con material reciclable.

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EL TEATRO

Muertes, besos, violaciones, fiestas, enamoramientos, conspiraciones, revoluciones, suspiros, lágrimas, aplausos, comentarios, rabias, añoranzas y deseos. Vimos jugar y morir a dos viejos cuyos rostros se nos quedaron a pesar de sus máscaras. Vimos gestos tristes pero sonrientes. Un beso de más de 5 minutos que transcurrió entre pasos de baile y rimas de Roberto Carlos. Asesinatos por amor y por venganza. En esencia, el Festival de Teatro San Ignacio nos trajo al escenario los sentimientos y emociones más puras del ser humano, y las preguntas de cómo nos relacionamos con el otro. Fueron 14 obras en sala, donde vimos desde lo más bello de la literatura de Manuel Mejía Vallejo, hasta unos viejos ex empleados del IBM, pasando por la historia de nuestro país.

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