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El centro, sus parques y la ciudad como diversidad

El Claustro Comfama es un espacio patrimonial del centro de Medellín que promueve el aprendizaje para la vida, amplía las miradas, enriquece la conversación y transforma realidades mediante la apropiación social y el disfrute de la cultura.

Archivo Histórico
El centro, sus parques y la ciudad como diversidad

El centro, sus parques y la ciudad como diversidad

A medida que Medellín se ha poblado y en su valle y laderas se han dado cita el departamento y parte del país, el Centro ha tenido que ampliar sus fronteras y las visiones que los ciudadanos tenemos de él.

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Por sus calles y carreras principales –Palacé, La Paz, Caracas, Junín, La Playa, Bolívar– han desfilado los seres más paradigmáticos de la historia cotidiana de la ciudad. Porque allí donde palpita el corazón de la urbe, quienes hicieron y hacen de su postura personal un mensaje de inclusión y diversidad debieron conquistar y transgredir aquellos lugares que contenían la tradición. Un ejemplo de ello es el grupo La Barca de los Locos, que ha hecho teatro en el Parque de Bolívar por casi tres décadas; igual es el caso de los movimientos religiosos y LGTBI que allí mismo, frente a la Catedral Metropolitana, han construido el diálogo de ciudad más interesante que pueda imaginarse para un domingo por la tarde.

Por ser el crisol de esa ciudadanía emergente, que busca reconocimiento y espacios de comunicación en una Medellín que crece, se renueva y afronta retos de toda índole, este libro rinde homenaje a la historia del Centro a partir de sus parques, referentes de un epicentro que con los años han ido tomando carácter. Historias en mayúscula y minúscula de los rodeos de siempre en esos lugares destinados al encuentro sin cita previa.

La vida en toda su complejidad está presente en las páginas que podrá leer a continuación. La lectura de una ciudad que debe hacer de la vida su valor supremo, fundamental, comienza con las letras simples del reconocimiento del otro, con las escrituras múltiples, simultáneas, que traza el peatón común, principal protagonista de estos relatos. 

Siete parques, siete centros

Las ciudades van encontrando las plazas apropiadas para airear sus desgracias y sus galas. El encumbrado en el busto principal nunca logra imponer el orden que señalan las placas y los decretos. Las plazas obedecen sobre todo a los pasos y necesidades de los citadinos. Desde sus orillas ilustres los pueblos con ínfulas de ciudad van soltando sus mareas hacia los arrabales. Nuestras plazas fueron –y siguen siendo– la primera página de los diarios que no había, el patíbulo y el cuartel, el prostíbulo y la catedral, el puerto y el bar de bienvenida, el despacho de los comerciantes y la cueva de los especuladores. Hubo un tiempo en que más allá de las plazas solo rondaban los serenos y las brujas.

La plazuela que enmarcó La Veracruz sirvió para el anuncio de las alcabalas y “los exorcismos a plagas y epidemias”. Ahora es tierra de piratas. En la plaza de La Candelaria, más tarde Parque Berrío, filó José María Córdova a sus 300 soldados antes de la batalla de El Santuario. Para el Parque Bolívar, que no era más que una mangada con guayabales, higuerillos y borracheros, imaginó un inglés una “Nueva Londres”, y donó sus lotes sin imaginar que el diseño del rectángulo terminaría siendo francés. La retreta, el quiosco y el alumbrado eléctrico sirvieron para las primeras fiestas nocturnas. Las casas de los ilustres se fueron levantando alrededor de la verja de hierro traída de Europa. Era tiempo de que cambiaran los nombres de las calles; ya no más la calle del resbalón o la amargura, no más la esquina del ciprés o del guanábano.

San Ignacio antes fue cuartel de los estudiantes, y los curas llegaban y salían según el ánimo y el favor de los radicales. “Plaza hermosa, si las hay”, escribió Tomás Carrasquilla hace cerca de cien años, y es un milagro que hoy podamos repetir sus palabras sin pensarlo. El alboroto de la estudiantina en las mañanas y en las tardes, el reino de las conspiraciones de “confidencias y meditaciones” en las noches. Los jubilados que hoy disputan sus partidas de ajedrez miran a las colegialas con desconfianza ante una posible retoma.

El Parque Berrío fue plaza mayor y feria de mercado. Allí se plantaron los toldos de los pulperos durante muchos años, primero los viernes y luego los domingos, según el genio de los comerciantes y la debilidad de los gobernadores, de modo que servía como salón de galas y galpón de ventas. Cuando el mercado se fue para los pantanos de Guayaquil, el Parque Berrío ya era un altillo para la ostentación y la recreación pública, además de “sitio propicio para realizar negocios de bolsa y especulación, pero sin que los objetos intercambiados se encontraran a la vista”. Los bancos se convirtieron en un nuevo púlpito, y los graciosos de la época decían que “el oro no estaba en las minas sino en el Parque Berrío”. Las luchas han cambiado, hoy Berrío se lo disputan los guitarreros de la guasca, la papayera sucreña y los solistas con parlante.

Los centros de barrio fueron novedad cuando la ciudad crecía hacia el oriente y el norte. El Parque de Boston, antes Sucre, con su estatua de Córdova y su grito silencioso mostró que los ritos de la periferia podían ser más ingenuos. Cuando poco se miraba hacia ese oriente pueblerino, lleno de mangas y escaso de gentes, ya en Boston estaban haciendo una iglesia, y gracias a ella los administradores de entonces llegaron hasta allá con una estación de tranvía. Las campanas llamaban a los nuevos habitantes. Han cambiado las razas de los perros, las atracciones mecánicas para los niños y la tecnología de la iglesia, pero la ronda al parque sigue siendo la misma.

Pero nada entregó tantas novedades, personajes y mitos como la plaza de la estación. Las plagas provocadas por sus pantanos hicieron que “el respetable” la llamara Guayaquil, en referencia a la ciudad ecuatoriana recién levantada, famosa por los estragos de la fiebre amarilla y el beriberi. Por momentos se alababa el gusto de su mercado cubierto, obra de un arquitecto francés de apellido Carré, pero a cielo abierto el clima y los perros callejeros hacían olvidar la gracia arquitectónica y con el tiempo no quedó más que decirle “pedrero” al mercado de piso desigual. Cuando llegó el tren la gente se olvidó de todo. Tanto que Francisco Javier Cisneros, el cubano encargado de abrir la trocha hasta Puerto Berrío, terminó por darle nombre a la plaza. Guayaquil fue también la escuela sórdida de la ciudad, el puerto seco donde florecieron las cantinas renombradas y las putas que desfilaban y desafiaban por igual. Además, la plaza se convirtió en escenario de las batallas políticas de la primera mitad del siglo XX. Político que no llenara la Plaza de Cisneros durante sus manifestaciones no podía llegar al Palacio de Nariño.

Guayaquil fue siempre una plaza sin iglesia; eso marcó su música y sus algarabías, sus culpas y sus penas. Ahora tiene un templo aséptico lleno de libros, en lugar de la vieja y pantanosa plaza de antaño. Los edificios públicos la han convertido en una antesala de los ciudadanos que buscan un certificado, un número para el subsidio, un paz y salvo para el negocio. Las postales son la especialidad de esta plaza histórica que ahora es una escultura desconcertante.

Frente al Museo de Antioquia se demostró que en Medellín también se pueden demoler edificios con algún sentido. Encontrar espacio para un parque en el Centro no parecía posible. Ahora cuatro ceibas crecen entre los antiguos palacios de la gobernación y la alcaldía, que, aislados, se habían convertido en edificios para los libros sobre patrimonio.

El Parque San Antonio surgió sobre un antiguo cementerio de carros. Antes hubo allí un barrio de artesanos que soportó y animó la vecindad de Guayaquil y desapareció frente a la encrucijada que plantearon San Juan y la Oriental. Cuando llueve la explanada de San Antonio se hace más grande y se convierte en el lugar más solo del Centro. Un regalo de amplitud. Los sábados la colonia negra se encarga de la música y el baile de una ciudad todavía almidonada. Los dos pájaros del parque son la mejor de nuestras postales sin imposturas.

Los parques, que muchos ven como una concesión a quienes les gusta demasiado detenerse, marcan el ritmo de los ciudadanos, sus recorridos y sus afanes. Uno de los tantos planos que intentó ordenar el futuro de la ciudad dibujaba a Medellín sobre un cuadrilátero con parques en sus extremos: El Salvador, La Ladera, La Independencia y Guayaquil. ¿Cómo serían nuestras encrucijadas actuales si los habitantes de hace un siglo hubieran crecido alrededor de esas cuatro esquinas?

Parque Berrío

“Pero la Candelaria nunca la cierran. Tiene a la entrada en la nave izquierda un Señor Caído de un dramatismo hermoso, doloroso, alumbrado siempre por veladoras: veinte, treinta, cuarenta llamitas rojas, efímeras, palpitando, temblando, titilando rumbo a la eternidad de dios. Dios aquí sí se siente y el alma de Medellín que mientras yo viva no muere, que va fluyendo por esta frase mía con los ciento y tantos gobernadores que tuvo Antioquia, a tropezones, como don Pedro Justo Berrío, quien sigue afuera, en su parque, en su estatua, bombardeado por las traviesas e irreverentes palomas que lo abanican y demás”. 

Iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria 

Este templo no es para hablar, charlar, dormir, o hacer cosas indignas de este lugar sagrado. Cartel de entrada.

Primera parroquia de Medellín. Inaugurada en 1776. La cúpula es de 1860 y las torres del frontis son de 1887. Fue catedral de la Arquidiócesis de Medellín entre 1868 y 1931. En 1970 recibió el título de Basílica Menor. Declarada Monumento Nacional en 1998.

Comer

De las millones de hostias que se fabrican al mes en este país de creyentes, practicantes, no practicantes y escépticos que dan gracias al señor, más de cien mil son entregadas en la parroquia de Nuestra Señora de La Candelaria. La más antigua de Medellín, la más representativa, la más central: el ombligo de la ciudad, enmarcada entre la calle 49 y la carrera 50, donde todo esto empezó.

A La Candelaria no le faltan fieles. Aunque no tenga su propia feligresía, esa población flotante que vive, trabaja o transita por el Centro no la abandona. Comerciantes, amas de casa, mensajeros, obreros, empleados, desempleados, todos devotos, llenan las bancas durante cada una de las 228 eucaristías que se realizan al mes, y hacen uso debido de la confesión permanente y de la comunión que esta parroquia ofrece sin necesidad de asistir a misa, en las mañanas, cada quince minutos.

La celebración de otros sacramentos es más bien escasa. Los bautizos, que a comienzos del siglo XX superaron el millar por año, pasaron a ser unos cincuenta en los últimos tiempos; los matrimonios, si mucho, alcanzan a ser cinco al año y las exequias son exiguas.

Alborotar

Pero no siempre fue así. Cuando Medellín aún era un pueblo, todo pasaba por La Candelaria. Las fiestas patronales eran el evento popular más importante, y a veces se extendían hasta por ocho días en los que no faltaban viandas, tabaco, aguardiente, chirimía y fuegos artificiales.

Otra fue la fiesta en 1838, cuando se instaló el reloj que ha marcado las horas durante años y que en su momento era el único que existía. Cuentan los cronistas que el montaje del reloj, donado por Tyrrel Moore, fue celebrado con música, cohetes y repique de campanas en todas las iglesias de la ciudad; en los días siguientes, la multitud de curiosos se estacionaba en la plaza para ver girar los punteros y oír extasiada el toque de las horas.

Inquietud y regocijo similares generaron “Las Pascasias”, las campanas actuales, donadas por el empresario Pascasio Uribe. Según cuentan, don Pascasio las pidió a Nueva York con las siguientes especificaciones: una de veinticinco quilates con un peso de dos mil 500 libras, otra de veinte quilates y dos mil libras, y la tercera de quince quilates y mil 500 libras. En su monografía histórica de esta parroquia, monseñor Javier Piedrahita dice que las campanas costaron 7.746 pesos y la instalación 500. Ya imaginará el lector el jolgorio cuando sonaron por primera vez el 1 de febrero de 1890, víspera de las fiestas patronales.

Exhibir

La Candelaria tiene otros motivos de orgullo. Su famoso sagrario, por ejemplo. Su estructura, hecha en plata labrada, fue premiada y admirada por los emperadores Napoleón III de Francia, Guillermo I de Alemania y Francisco José de Austria en la Exposición Universal de París en 1867. Vino a parar aquí gracias a que el padre José Dolores Jiménez lo compró, luego de que la Catedral de Arequipa, adonde estaba destinado, no pudiera pagarlo. Hoy el sagrario sigue siendo admirado, junto con el altar frontal, también de plata, y el cuadro de la Virgen de La Candelaria donado por la reina de España, doña Mariana de Austria, en 1675, cuando Medellín recibió el título de villa.

Sin embargo, el que más devotos atrae es el Jesús Caído, ubicado en la nave izquierda del templo, justo al lado de la puerta del perdón. A esta efigie nunca le faltan las veladoras, los postrados y las peticiones.

Plaza de las esculturas

“Y ya estamos cerca a la calle Boyacá e iglesia de la Veracruz. En la esquina suroriental volvemos a encontrarnos con la tantas veces referida casa donde nació Atanasio girardot, y en la que vivieron por periodos Mariano Ospina Rodríguez, Pedro Justo Berrío y Pascual Bravo, casa que en 1880 albergaba también en sus bajos la cantina los Manzanos, escenario de un divertido suceso que nos relata don Carlos J. Escobar. Sucedió, en efecto, que alguna mañana estaba departiendo el dueño de la cantina, don Juan Pablo díaz, con un extranjero que andaba con unos canarios que adivinaban la suerte por el conocido método de sacar con el pico una tarjetica; este extranjero había hecho servir en un vaso un cuarto de aguardiente; acertó a llegar esa mañana allí el poeta doctor Federico Jaramillo Córdoba quien al ver el vaso de aguardiente que permanecía intocado, y dado que su expresión revelaba un guayabo de trasnocho impresionante, lo tomó en su mano, y diciendo: ‘¡salud, eternos parlantes!’, se lo bogó sin dejar gota. El extranjero, estupefacto, dijo a díaz: ‘oiga usted, señor: yo he viajado mucho, por España, italia, Francia y Alemania, y no he visto un viejo tan atrevido y descarado como éste’, a lo que contestó el poeta: ‘oiga usted, señor extranjero o monocoso: yo también he viajado por Guayabal, Bello, la América, Belén, la Aguacatala, y los solares de Carmen Zuleta, y no he visto un hombre tan feo, bruto y desaseado como usted’. Y salió campante”.

La iglesia de La Veracruz

Construida entre 1791 y 1803, fue elevada a parroquia en 1883. Casi cien años después, en 1982, fue declarada patrimonio cultural de la nación. Su fachada fue restaurada por la Fundación Ferrocarril de Antioquia en 2005.

Sana

Fue después de la llegada de un padre nuevo, en 2009, que en la parroquia de La Veracruz no pudieron volver a dormir los mendigos, ni a negociar las prostitutas, ni a hacer sus viajes los sacoleros, ni a meter mano en bolsos y carteras los ladrones. Entonces pudieron regresar los fieles verdaderos, los devotos de la iglesia, la comunidad limpia y ordenada de seguidores de Dios, sin temor al robo o al contagio moral.

Entre los transeúntes que volvieron a detener su marcha para orar o asistir a misa completa también están los miembros de las pocas familias que aún residen en los edificios del sector. Muchos buscan directamente al padre para que les bendiga estampas, medallas, rosarios, cadenas y, sobre todo, botellas de agua. Agua bendita para sanar y creer.

Ofrenda

Aunque todos los santos de esta iglesia tienen su clientela, como es de esperarse en un templo que recibe casi veinte mil fieles al mes, es Jesús de la Buena Esperanza el que nunca está solo. Sentado a la izquierda del altar central, tiene un cetro en una mano y una cruz en la otra. A sus pies siempre hay hombres y mujeres que le piden, lo tocan, depositan monedas en el cofre, pegan una vela, se persignan y se van.

Son trabajadores, vendedores ambulantes, jubilados, vagos, enfermos y uno que otro loco. La mayoría van de paso, y pocos son los sacramentos que se suministran en La Veracruz: unos seis bautizos al mes y pare de contar, porque aunque en 2012 hubo setenta primeras comuniones, cuando el padre nuevo decidió cambiar el periodo de la preparación de seis meses a un año, ya nadie quiso inscribirse.

BANCO DE PUBLICACIONES SAN IGNACIO / CONTENIDOS DIGITALES

Publicaciones en alianza con Universo Centro 

CLAUSTRO COMFAMA

25 de marzo de 2020

SAN IGNACIO DISTRITO CULTURAL Y PATRIMONIAL / 2017 (REVISTA)

Texto 1: Guanteros D.C. 

Autor: Sin autor 

https://www.centrodemedellin.co/ArticulosView.aspx?id=239&type=A&idArt=305

Texto 2: Ayacucho de puertas para afuera

Autor: Luis Fernando González

https://www.centrodemedellin.co/ArticulosView.aspx?id=167&type=A&idArt=168

Texto 3: Iglesia de San José

Autor: desconocido

(No se encuentra en la web)

Texto 4: Oasis San Ignacio

Autor: Pablo Montoya

https://www.universocentro.com/Ellibrodelosparques/OasisSanIgnacio.aspx

Texto 6: Edificio Escuela

Autor: Gloria Estrada

https://www.centrodemedellin.co/ArticulosView.aspx?id=36&type=A&idArt=37

Texto 7: Enclaustrados con las puertas abiertas

Autor: Alfonso Buitrago Londoño

https://www.centrodemedellin.co/ArticulosView.aspx?id=303&type=A&idArt=304

Texto 8: Visita a San Ignacio

Autor: Ignacio Piedrahita

https://www.universocentro.com/Ellibrodelosparques/VisitaaSanIgnacio.aspx

Texto 9: Un club a la intemperie

Autor: Juan Miguel Villegas

https://www.universocentro.com/NUMERO49/Unclubalaintemperie.aspx

Texto 10: Divagaciones en la plazuela

Autora: Ana María Bedoya Builes

(No se encuentra en la web)

Texto 11: San Ignacio, distrito cultural y patrimonial

Contiene descripciones de los siguientes lugares: Antigua Escuela de Derecho, Pequeño Teatro, Fundación Universitaria Bellas Artes, Bachillerato Nocturno Universidad de Antioquia, Teatro Popular de Medellín, Elemental Teatro, Desarenadero, Ateneo Barba Jacob, Teatro Matacandelas, La Pascasia, Sede Comfama San Ignacio, Taller 7, Homero Manzi.

Autor: desconocido

Texto 12: Las Torres

Autor: Alfonso Buitrago Londoño

(en el enlace del mapa del centro de Medellín, no aparece el texto completo, publicado en la revista San Ignacio, distrito cultural y patrimonial).

CONVERSACIONES DESDE SAN IGNACIO / 2018 (PROYECTO)

A continuación, los enlaces de las publicaciones.

 

Texto 12: Desamores urbanos 

Autor: Eduardo Escobar.

Ilustración: Daniel Gómez

https://www.universocentro.com/NUMERO96/Desamores-urbanos.aspx

Texto 13: Una milésima de segundo antes de apoyar el talón en el asfalto

Autor: Luis Miguel Rivas. 

Ilustración: Silvana Giraldo

https://www.universocentro.com/NUMERO98/Una-milesima-de-segundo.aspx

Texto 14: Me recogiera tu mano y me sembrara

Autor: Juan Álvarez. 

Ilustración: Hansel Obando

https://www.universocentro.com/NUMERO99/Me-recogiera-tu-mano-y-me-sembrara.aspx

Texto 15: Fichas de plazuela

Autor: Pablo Arango

Ilustración: Camila López

https://www.universocentro.com/NUMERO100/Fichas-de-plazuela.aspx

Texto 16: Distrito San IgnacioAutor: Santiago Gamboa

Ilustración: César del Valle

En: Universo Centro. Número 97, junio 2018

https://www.universocentro.com/NUMERO97/Distrito-San-Ignacio.aspx

Texto 17: Guanteros, leyenda de arrabalAutora: Alejandra Montes

Ilustración: Daniel Gómez

En: Universo Centro. Número 74, abril 2016

https://www.universocentro.com/NUMERO74/GuanterosLeyendadeArrabal.aspx